Al verlo arrodillado en señal de reverencia y con la cabeza inclinada, los feligreses de la la iglesia de Chimaltenango no advirtieron que un hombre no estaba rezando sino robando todo lo que sus ágiles manos podían tocar. El sujeto fue captado dentro del templo católico mientras, sin el mayor remordimiento, se apoderaba de las pertenencias de mujeres que permanecían concentradas cumpliendo el rito.